Democracia y Ciudadanía
El concepto de democracia es objeto de un profundo
debate. Este debate se
produce en primer lugar, por la consolidación fáctica de la democracia electoral.
Pero al mismo tiempo, se han extendido en toda América Latina una profunda
insatisfacción con los resultados de esas
democracias en términos de justicia
social, eficacia
gubernamental y política.
La
transición y la consolidación de la
democracia en América
Latina se basa en la teoría democrática del elitismo
democrático. Weber y Schumpeter entendieron a la democracia como un mecanismo para
cambiar a los gobernantes en forma cíclica y predecible, es decir, elegir a la
élite gobernante. Para ellos el Estado moderno es tan complejo que no puede
haber intervención ciudadana en la administración estatal.
La
democracia minimalista (poder elegir a los gobernantes) y la elitista (cambiar
a la élite gobernante) se hermanan en este concepto restrictivo. Este concepto
de democracia implica que la única ciudadanía es la ciudadanía política, y por
tanto los únicos derechos propios de la democracia son los políticos. En la
práctica sólo los derechos políticos se vinculan directamente con la democracia,
pues existen en su reconocimiento y deja de existir en su anulación.
Derivado
de esto, Jürgen Habermas dice que los derechos de participación política fundan la posición jurídica
del ciudadano. Los derechos negativos de libertad y los derechos
sociales pueden, ser otorgados en términos
paternalistas. El Estado de derecho y Estado social son también en
principio posibles sin democracia, tanto las libertades subjetivas como los
derechos sociales son base jurídica de la autonomía social haciendo efectiva la
realización de los derechos políticos.
La
concepción minimalista de la democracia y la
teoría elitista de
la democracia, implican
un concepto acotado de ciudadanía. Nada hay en la teoría
democrática convencional que exija ir más allá de la concesión de derechos
políticos para fundar la ciudadanía. La teoría democrática supone la existencia
de un Estado y de una nación; supone la existencia de ciudadanos como agentes
competentes capaces de elegir y libres de toda traba para ejercer esas
capacidades; supone que la competencia electoral permite la expresión real de
las preferencias; además, no considera el conflicto social dentro de su marco y
limita el concepto de la política a la lucha por el poder por la autorización y
la representación a través de las elecciones.
Al
recurrir a los conceptos del elitismo democrático y a diversas versiones de la
teoría de la elección racional, se dejó de lado el estudio de las innovaciones
democráticas como la práctica de los actores sociales cuya movilización es
reconocida como detonante del proceso, la teoría de la transición se limitó a
interpretar la movilización social como
respuesta a la baja del costo de oportunidad de la acción derivada
de la liberalización.
Una
vez alcanzada la democracia representativa, la sociedad civil activada deja su
espacio de acción a la
sociedad política, la cual asume las causas y los intereses de la sociedad civil y monopoliza
las funciones de la representación legítima. Sin embargo no hay un análisis de
las innovaciones en términos de cultura política, agenda,
actores y prácticas
derivadas de la
apertura de nuevos
espacios públicos y de nuevos actores. Al concebir la democracia como
mero ejercicio de representación política en el campo del Estado, se reproduce
una separación conceptual entre la sociedad civil y la sociedad política que
impide analizar las continuidades entre ellas y por tanto ver a la
democratización como un proceso que se origina en y transforma a la sociedad
misma.
Los
estudios sobre la consolidación democrática continuaron esta tradición
conceptual al concentrarse en el análisis de los diseños institucionales, los
pactos y los equilibrios políticos entre civiles y militares, fuerzas
autoritarias y democráticas, que posibilitan la continuidad del régimen
democrático. Al proceder así, se perdieron de vista los cambios culturales
ocurridos, y las innovaciones en la forma de gobernar, y las relación entre
ciudadanos y Estado. Más aún, el papel de la sociedad civil en el proceso fue
considerado irrelevante.
Esta
limitada perspectiva fue críticada por Guillermo O’Donnell, con su concepto de
“democracia delegativa”, que se refiere a las democracias que
se limitan a
elegir un presidente
que luego se
convierte en un autócrata sin
límite alguno, y de la “democracia de baja intensidad”, que habla de la
carencia de otros derechos de ciudadanía en nuestras democracias.
O’Donnell
crítica las teorías convencionales de la democracia, demuestra que el modelo
liberal-democrático no sólo opera en ausencia de solución a los problemas de la
nación y del Estado, sino que asume que la ciudadanía política es un desarrollo
de los derechos civiles y que el tema de las condiciones sociales y políticas
generales en las que la democracia puede funcionar no forman
parte del campo de atención de
la teoría. La igualdad de la
democracia política ignora las sociales, incluyendo sus desigualdades.
Para trascender es necesario introducir en el
análisis de la democracia el estudio
diferenciado del Estado, de la nación, del régimen político, del gobierno y de
la “democraticidad del Estado”, además, de los componentes del Estado (aparato burocrático,
sistema legal y
discurso y prácticas de
construcción de identidad colectiva nacional) que también promueven el estatus
de la ciudadanía.
O’Donnell
propone que una ciudadanía integral (es decir, el acceso pleno a los derechos
civiles, políticos y sociales) puede garantizar la existencia de una verdadera
democracia. Mientras el acceso o disfrute de los derechos sea parcial o no
exista para sectores amplios de la población, la democracia electoral será precaria
y manipulable.
Una
“ciudadanía integral” sólo puede entenderse como un proceso de construcción que
implica una acción social desde abajo y una capacidad de articulación y
respuesta desde arriba, y por tanto como un proceso de
“democratización de la democracia”.
Los
derechos políticos de la democracia deberían ser usados para conquistar otros
derechos. Dentro de un movimiento desde
y hacia los derechos políticos, sociales
y civiles. En una dialéctica de empowerment en una esfera de derechos empujando
conquistas en otras.
Por ello
surgen nuevas formas de pensar la agencia en la lucha por la democracia, la
estructura o diseño de un régimen democrático y el tipo de
derechos y de
ciudadanía necesarios a
un proyecto democrático que no sólo pide el cumplimiento
cabal de las promesas del Estado democrático de derecho, sino que plantea
cambios radicales en la forma de pensar y ejercer la política, esto es, el
poder, la representación y la participación de la sociedad.
Las teorías de la democracia participativa, de la sociedad civil y del espacio público no han logrado construir una propuesta teórica integral de la ciudadanía, pero han avanzado en términos de una ciudadanía activa que no sólo espera que el Estado por fin respete e implemente los derechos universales de ciudadanía, sino que lucha por ellos, coopera con el Estado, se enfrenta políticamente con él, hace valer sus argumentos en el espacio público y busca construir alianzas con la sociedad política en la promoción de un proyecto democrático-participativo.
Bibliografía
Alberto J. Olvera, Ciudadanía y Democracia, cuadernillos de divulgación de la cultura democrática num 27, INE, México, 2016. Pág 65-74.