Participación Democrática
En la
Grecia clásica sólo una pequeña parte de la sociedad era considerada como
ciudadanía. En esa época la democracia directa era posible gracias a las condiciones geográficas, demográficas y a la
disponibilidad de tiempo para los asuntos de gobierno. Posteriormente la democracia
representativa pasó a ocupar el primer plano debido, a que las condiciones que
hacían posible las prácticas de democracia directa cambiaron a partir de los
procesos de emancipación popular en el siglo XVI.
Hoy en
día el debate sobre la democracia en sus dos formas: directa y representativa
se acentúa en sus diferencias, posibilidades y formas de interrelación. La idea de que la democracia es una forma de
gobierno que debe incluir a todos y a cada uno de los ciudadanos que conforman
un grupo social prevalece, pero por otro lado, las sociedades actuales, no
cuentan con las condiciones para mantener un sistema en el cual todos los
ciudadanos participen directamente en la toma de decisiones políticas.
La
necesidad de legitimar las decisiones gubernamentales y los regímenes políticos sobre la capacidad de
participación política de la ciudadanía, ha puesto sobre la mesa la
conveniencia de buscar mecanismos que integren estas dos formas de democracia. El
debate entre estas dos perspectivas aún sigue, en esta época la relación entre
ambas tiende a ser más complementaria que antagónica, pero en el marco histórico la democracia representativa es la que se terminó imponiendo.
La
democracia como forma de gobierno ha estado marcada por una tensión perpetua entre
su expresión ideal y su realidad concreta. Desde su nacimiento, se planteo
el problema de
la conciliación entre participación de los
ciudadanos y capacidad de gobierno. El afianzamiento de
la representación política
como mecanismo de la voluntad popular
y la creación de elecciones para seleccionar a los representantes, ofrecieron
una solución a las comunidades políticas de gran tamaño.
Sin
embargo, la solución práctica a la participación, que constituyó la
consolidación de la democracia representativa, no ha estado exenta de críticas,
las cuales destacan sus limitaciones e inconvenientes. Las críticas a la
democracia representativa pusieron en evidencia el carácter intermitente de la participación ciudadana, el alejamiento entre el ciudadano y
los centros de toma de decisiones públicas, y la excesiva libertad de los
representantes con respecto a su mandato.
Debido
a la consolidación de los sistemas de democracia representativa y de sus
evidentes virtudes en sociedades complejas de gran escala, los defensores de la
democracia directa han abogado por mecanismos que resuelvan los problemas de la
intervención directa de la ciudadanía en la toma de las decisiones públicas.
Esos mecanismos son el plebiscito, el referéndum, la iniciativa popular y la revocación de mandato. Aunque estos instrumentos
son de la democracia semidirecta, dado que operan dentro de sistemas
predominantemente representativos.
La Evolución de la Participación Democrática
La
democracia nació en las ciudades-estado de la Grecia clásica. Las
características de la democracia griega son las que más se acercan al ideal de la democracia directa, en la cual el
conjunto de los ciudadanos participa directa y continuamente en la toma de
decisiones acerca de los asuntos de la comunidad.
En
Atenas los ciudadanos se reunían varias veces al año, para discutir los asuntos
de la comunidad. La agenda de discusiones era establecida por el “Comité de los
50”, constituido por miembros de un “Comité de los 500”, que a su vez, se desplegaban
del centenar de demes que conformaban la ciudad. Las decisiones
eran tomadas, por vía del consenso. Todo ello daba lugar a una especie
de “democracia sin Estado”.
La
democracia directa, tal como era practicada en Atenas, requiere de condiciones muy especiales de desarrollo, las cuales no han
vuelto a darse en la historia. El ciudadano era una figura total, cuya
identidad no admitía distinción entre los ámbitos público y privado: la vida
política aparecía como una extensión natural del ser mismo. Los intereses de
los ciudadanos eran armónicos, fenómeno propio de una sociedad homogénea que,
además, tenía un tamaño reducido, lo que favorecía las relaciones directas
entre todos.
Después del
declive de la democracia
griega la palabra democracia desapareció por un periodo de 2,000 años. Se
hablaba más bien de res pública. En Roma,
se introdujo la idea del gobierno mixto, el cual representaba a diversos
intereses o grupos que constituían a la comunidad. El sistema adoptó
rápidamente rasgos oligárquicos, en donde el compromiso formal de participación
popular se traducía en una
capacidad muy limitada de control.
En la
Edad Media en varios países europeos, los monarcas, llamaban a asambleas para
tratar asuntos de Estado, fundamentalmente
asociados al levantamiento
de impuestos y a las empresas
guerreras. Los integrantes de esas asambleas representaban muy laxamente a los
estamentos que conformaban al reino: la nobleza, el clero y a la burguesía. Esto
fue el inicio de lo que ahora se conoce como Parlamento. Sin embargo, con el
afianzamiento de las monarquías absolutistas, los parlamentos
dejaron de ser
convocados a partir de los siglos
XVII y XVIII.
Durante
el Renacimiento se empezaron a gestar grandes transformaciones, en los
ámbitos sociales, económicos y políticos, que produjeron cambios en el mundo de los
valores. En el ámbito social, la reforma protestante contribuyó a difundir una
nueva manera de pensar la actividad política, marcando una división más nítida
entre el poder secular y el religioso. Además, su énfasis en el establecimiento de una
relación directa entre el creyente y
Dios sentó las bases para pensar la vida comunitaria como una relación
entre individuos iguales.
En lo
económico, el desarrollo
del comercio contribuyó
al surgimiento de una clase
social independiente de las ataduras feudales, que se agrupaba en los burgos.
Pronto, esos burgos autónomos innovaron métodos de gestión de los asuntos
públicos, que incorporaban elementos de participación política con fuertes
rasgos plutocráticos (gobierno de los ricos).
En lo
político, las grandes revoluciones de los siglos XVII y XVIII –las revoluciones
inglesas de 1640 y 1688, la guerra de independencia estadounidense de 1776 y la
Revolución francesa de 1789– nutrieron y se alimentaron de las ideas de los
filósofos políticos. Así, las ideas del iusnaturalismo (que suponen la
existencia de un contrato social entre gobernados y gobernantes en sus
distintas expresiones, de la representación política y de la soberanía popular,
del vínculo de legitimidad y de la regla de mayoría, y de la ciudadanía como
expresión de una comunidad política de iguales) encontraron allí oportunidades.
Poco a
poco, las presiones por ampliar la participación política pusieron a prueba la
capacidad de diseño de instituciones adecuadas
para dar forma
a esa nueva
realidad: Montesquieu, Hamilton
y Madison en sus escritos reflexionaron sobre la manera de canalizar y
dar vida institucional a la participación popular. La idea de participación
política se difundió rápidamente, pero aun así quedó limitada a segmentos muy
restringidos de la población.
El siglo
XIX marcó el ingreso de las
masas a
la vida política. La Revolución
Industrial, las transformaciones en el
mundo rural y los subsecuentes procesos migratorios concentraron en las
ciudades a amplios grupos de artesanos y asalariados que descubrieron la
homogeneidad de sus condiciones de vida y que reivindicaron derechos políticos.
Las revoluciones liberales de la primera mitad del siglo XIX en Europa fueron,
esencialmente, fenómenos políticos que expresaban esa nueva realidad política
urbana.
El
siglo XIX se caracterizó también por las luchas populares para incorporar el
sufragio universal a la vida política. En ese proceso de lucha por la obtención
de derechos políticos nacieron los primeros partidos políticos de masas. Y así, las nociones de representación y la de participación ampliada convergieron con
la consolidación de los sistemas de partidos y el desarrollo de elecciones. La
democracia representativa encontró, entonces, sus organizaciones, sus
procedimientos y la manera de incorporar a amplios segmentos de la población.
La participación política, como derecho, está sometida a los vaivenes de la historia de cada país. Es también un concepto que ha evolucionado con los cambios de valores que han marcado la vida de las sociedades. Sin embargo, a pesar de estas oscilaciones de la historia y de los cambios de valores, se puede afirmar que en nuestros días la legitimidad de los regímenes políticos está definida en función de la capacidad de participación política de su ciudadanía. Esa participación se da en el marco de las instituciones de la democracia representativa.
Bibliografía
Jean-François Prud’homme,"Consulta Popular y Democracia Directa", cuadernillos de divulgación de la cultura democrática num 15, INE, México, 2016. Pág 9-23.